La nueva presidenta del grupo socialdemócrata aprendió en el Parlamento Europeo el valor de negociar: renunciar para avanzar.
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Cuando Iratxe García fue designada presidenta del grupo socialdemócrata en el Parlamento Europeo, el pasado junio, ya suponía que “todo será bastante caótico para organizarme la vida”. Así fue. Pero ya está acostumbrada a los giros bruscos. Desde hace 15 años vive en Bruselas.
Sólo demanda una válvula de escape: regresar a casa, si puede, todos los fines de semana. “Necesito volver al menos un día, por mi salud física y mental, para estar con los míos. Y si puede ser dos días, ¡mejor!”, suspira.
Ese hogar se encuentra en Laguna de Duero, la localidad de Valladolid a la que se trasladó de pequeña con su familia. Iratxe García nació en Barakaldo, en 1974, de padre vasco y madre extremeña, del pequeño pueblo de Hervás, en Cáceres, por el que siente tanto cariño.
Pero toda la familia tuvo que movilizarse cuando el padre, matricero –trabajador del metal– perdió el empleo en Euskadi y encontró otro en la fábrica de Fasa, en Valladolid. “Todos, tíos y primos, nos vinimos a Laguna”.
Tiene además dos hermanos “de sangre”, y un niño saharaui, al que la familia acogió durante tres veranos, “se convirtió en mi tercer hermano”.
Y ella se diplomó en Trabajo Social, aunque no era lo que preveía. “¡Yo quería ser periodista!”, reconoce. Pero en Valladolid no se cursaba esa carrera, y no podía irse a Madrid: “En mi casa no había mucho dinero”. Así que lo intentó en Lejona, al lado de su Barakaldo natal, en la Universidad del País Vasco, pero tampoco pudo ser.
“Muchas veces pienso lo que me habría cambiado la vida, si me hubiera vuelto allí”. Aunque pronto su vida tomó otros derroteros.
“Necesito volver a casa al menos un día de la semana, por mi salud física y mental, y si pueden ser dos ¡mejor!”
“El compromiso político me viene de familia. Mi padre militaba y mi tío era diputado en la Asamblea de Extremadura. En casa siempre viví la política”. Ya en el instituto, se integró en asociaciones juveniles y estudiantiles. “Allí conocí a gente de Juventudes Socialistas y empecé a implicarme”.
También empezó a desempeñar cargos, electos y orgánicos: fue concejal en Laguna y diputada provincial en Valladolid, también secretaria general de Juventudes de esta ciudad y después de Castilla y León.
En el 2000 dio el gran salto: entró en las listas del PSOE por Valladolid en las generales –“no fue muy meditado por mi parte, todavía era muy joven”– y logró un escaño en el Congreso.
“Llegar al Congreso me impresionó. Ahí veía a referentes históricos, como Felipe González o Alfonso Guerra, y me daban mucho respeto”. También conoció a un ya veterano pero aún desconocido diputado leonés: José Luis Rodríguez Zapatero. “Yo no le apoyé, ni era del grupo de jóvenes de Nueva Vía. Pero tras ganar Zapatero el congreso del PSOE, ya me empezaron a dar responsabilidades”.
Todo iba rápido. “Me decían que me pasaría cuatro años intentando intervenir en el pleno, que era muy complicado para los diputados de provincias y me costaría hacerme un hueco, pero empecé a asumir responsabilidades como portavoz de política social”.
Apenas cuatro años después, puso rumbo a Bruselas. “Tampoco entraba dentro de mis planes, vino dado porque era el momento de renovar el Parlamento Europeo y que entraran nuevos perfiles”. De aquello hace 15 años, y la capital del club comunitario es ya “como mi segunda casa”.
El traslado supuso un cambio radical. “Fue un choque, en lo político y lo vital. No fue fácil. Me enfrentaba a una nueva forma de hacer política. Cuesta mucho conocer todos los procedimientos, necesitas una transición larga para hacerte tu espacio. También en lo personal, al estar lejos de casa. Pero te abre la mente convivir con tantas lenguas y culturas”, admite.
El idioma fue un hándicap. “Yo tenía un inglés muy básico, de COU. Pero me he ido manejando, en inglés y un poquito en francés”. Y reconoce que, al contrario que en España, en Bruselas “es más habitual construir consensos”. “Allí nunca hay mayoría absoluta. Eso exige entendernos y cada vez más. En el Parlamento Europeo es donde he aprendido a negociar: tienes que renunciar a cosas para poder avanzar”.
Entre tanto, conoció a Pedro Sánchez. “No teníamos mucha relación, él estaba en el equipo económico de Miguel Sebastián en Ferraz. Luego fuimos teniendo más relación y en las primarias le apoyé”. A su vera sufrió la fractura del PSOE: “Fueron días y meses muy difíciles en lo personal y lo político. La ruptura era muy grande, hubo relaciones que se rompieron y nunca se podrían retomar. Pero estaba convencida de que hacía lo que tenía que hacer, y dimití como jefa de la delegación en el Parlamento Europeo, no lo dudé”.
En Bruselas siguió trabajando “intentando que el clima fuera lo más normalizado posible”. Y Sánchez, finalmente, recuperó el liderazgo del PSOE y llegó a la Moncloa. “El tiempo nos dio la razón, se acabó la ruptura.
Y ahora España está en el centro de la toma de decisiones en Europa, eso hace años que no ocurría. España ha vuelto a Europa”, resalta.
Ella sigue “con la maleta siempre hecha”, con una agenda de compleja conciliación con la vida personal y familiar: “Sí, se puede con muchas dificultades y la comprensión de mi familia y mi pareja. Es difícil sin el apoyo de los tuyos, por eso lo valoro y lo cuido”.
Así que cuando vuelve a casa, aprovecha para dar largos paseos, rutas por la montaña, o salir al cine y a cenar, aunque reconoce que se volvió “mucho más casera con el tiempo”. “Ya salgo muy poco, porque cuando lo hago ¡casi necesito una semana para recuperarme!”.
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